Microrrelato: «El Cairo».

PARTE 1

Viajaba sola, detalle importante, pues creo que nunca me he sentido más observada en mi vida y dudo, seriamente, de serlo en el futuro. Una vez pagado el visado, la calle me esperaba. Me habían aconsejado, con buen criterio desde luego, regatear con el taxista pues, a la vista de mi aspecto de turistilla, iba a ser, de no hacerlo, pasto de los buitres.

Después de buen rato de tira y afloja, acordamos un precio que me pareció, con mis pocos elementos de juicio, eso sí, decente. El taxi era una joya del siglo pasado, cuando menos. Los asientos de skay se aislaban del cuerpo con una manta de pelo, que no se si daba más calor que el propio plástico. Al arrancar dudé seriamente de llegar a buen puerto sana y salva. El ruido y la vibración eran indescriptibles, encogiéndome el corazón a cada metro.

La calle era un hervidero de cláxones y ruidos ensordecedores. Los coches, los peatones, las bicicletas, las motos avanzaban en todas direcciones sin orden ni concierto. ¡Salir de aquel lío ilesa se me antojaba un milagro!

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❝ Una tarde de perros ❞ (parte 2)

Así continúa el microrrelato…

La joven De Quirós, contrariada por las circunstancias adversas a más no poder, eligió un sombrero pequeño que se adaptaba bien a su cabeza para no correr el riesgo de que saliera volando con la velocidad.

Mientras se acicalaron para salir, escampó y un tibio sol coronó el cielo. Así que la alegría volvió a la casa de la Calle Mayor, disponiéndose todos ellos a pasar un buen día.

Delante, en el auto, se acomodaron los Señores De Quirós, D. Bartolomé y Dña. Florencia, detrás Candela y su esposo Cecilio, los recién casados. Don Bartolomé había mantenido el destino en secreto, rodeando la jornada de un misterio que los mantenía expectantes. Tampoco había explicado la verdadera razón del viaje.

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